La Historia del Primer Hombre Que se Atrevió a Usar un Paraguas

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Un día en el siglo XVII Jonas Hanway se atrevió a salir a la calle bajo un “techo portátil” y fue, durante 30 años, el hombre más ridículo de Londres.

La historia del hombre que se atrvio a usar paraguas

Londres es la ciudad de los encuentros, pero también es la ciudad de la lluvia y en acorde llamada “la ciudad de los paraguas”. No es imprevisto entonces que el primer hombre en usar un paraguas haya sido un inglés: Jonas Hanway (1712-1786), quien hizo del paraguas como hoy lo conocemos un objeto popular. Hanway es uno de los personajes más fantásticos de la historia de las curiosidades.

El inglés obtuvo la idea en un viaje de negocios a Persia, donde las mujeres llevaban usando parasoles enormes desde que estos fueron importados de China en la ruta de la seda. Le pareció una finísima idea transpolar el parasol persa a la lluvia inglesa, y sin pensarlo dos veces, eso fue lo que hizo. Ya Robinson Crusoe, el personaje de Daniel Defoe, había inventado en la literatura una suerte de paraguas hecho de pieles, así que quizás Hanway no fue la mente maestra detrás del paraguas, pero sí el primer hombre en atreverse a usar uno en Londres y parecer completamente irrisorio ante los ojos de sus contemporáneos.

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Ningún gentleman inglés se arriesgó a ser visto en público con un paraguas. Por casi 30 años Jonas Hanway hizo el ridículo frente a los transeúntes esnobs, promocionando orgulloso la sensata herramienta hecha de costillas de animal y tela extendida, que democratizaría las calles de la ciudad, e impactaría seriamente a la industria de carruajes. Los cocheros repudiaban a este pomposo y femenino hombre que se paseaba seco bajo la diminuta e invencible lluvia inglesa, y en consecuencia inauguraba una era en que los carruajes no serían indispensables para todos. Conforme su “techo portátil” fue adquiriendo popularidad, la gente prefería caminar bajo la lluvia que pagar un carruaje.

La palabra en inglés umbrella revela su función original; se deriva de la (bellísima) palabra en latín umbra, que significa “sombra”. Umbrella es ya una apropiación poética que acuñó Hanway que da como resultado “pequeña sombra”. Una sombra más pequeña que la del parasol persa, útil y portátil. Antes de que Hanway osara implementar esta herramienta en la cotidianidad, los englishmen se protegían del inclemente clima londinense con varias capas de calcetines y ropa interior de franela. Por ello, aunque el accesorio era visto con hostilidad como femenino y ridículo, acabó por ser parte de los más respetados caballeros ingleses antes de que Hanway muriera.

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Para el año 1800 un paraguas inglés ya era muy sofisticado: pesaba alrededor de 5 kilos y su marco estaba hecho de huesos de ballena y madera. Había los que incluían un rapier (pequeña espada o estoque) en el mango, o barrocos adornos de marfil; después de todo el paraguas también servía de bastón, y ello era puro prestigio estético. Los mangos de metal en forma de U legaron en 1850 y los paraguas redujeron considerablemente su peso y su costo.

Nadie hubiera pensado que un comerciante llamado Jonas Hanway, quien un día lluvioso decidió salir de su casa refugiado bajo un “techo portátil”, y quien recibió tanta hostilidad por parte de la sociedad respetable de Londres y los cocheros, hubiera inaugurado una institución que ahora es parte esencial del Londres cotidiano: esa ciudad de los paraguas.

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La Historia de Jonas Hanway nos enseña varias cosas, una de ellas es claramente que nunca dejes de creer en tí mismo, aunque la sociedad te ridiculize o te  llame “loco”, la verdad es que casi siempre son estos “locos” los que traen grandes novedades y progresos a la humanidad. Las personas que les juzgan simplemente tienen miedo a dejar de pertenecer y la novedad les incomoda. Sé diferente, lo importante es que tu te sientas seguro y en paz contigo mismo.

Otra enseñanza es que debemos estar atentos a los prejuicios y a los juicios, debemos mantener nuestra mente abierta, y ser compasivos, ya que no sabemos que existe fuera de nuestro marco de realidad y generalmente, si realmente nos lo proponemos, veremos que no hay nada ni nadie en el mundo al que no podamos comprender. Los juicios no hacen más que entregar limitaciones y ponen fronteras entre los humanos, no debemos vivir pensando que la persona que tenemos al lado pertenece a una especie completamente diferente a la nuestra, eso sólo siembra distancia, genera odio, nos aleja de la paz y nos puede privar de increíbles respuestas.  

Por último, esta historia nos enseña debes mantener la fe, ser perseverante, nunca abandonarte, ni aunque seas la persona más ridícula de una ciudad durante 30 años, porque al fin y al cabo, si tu no crees en ti mismo, ¿quién lo hará?

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Via: Faenaaleph